26/02/2010 48' 15''
Castellano

A cargo de Roc Jiménez de Cisneros

AVANT #11 repasa la trayectoria artística de Juan Hidalgo a través de este monográfico.

El Cambridge Dictionary of Philosophy define la "navaja de Ockham" como un principio filosófico según el cual han de preferirse las teorías más simples a las más complejas. Conocido también como el principio de economía o principio de parsimonia, este concepto atribuido al fraile franciscano Guillermo de Ockham se ajusta como un guante a buena parte de la obra y quehacer de Juan Hidalgo (Las Palmas de Gran Canaria, 1927).

A lo largo de una carrera compleja y nada fácil de encasillar, este creador multidisciplinar ha sabido usar esa navaja imaginaria para refinar lentamente un discurso plástico, poético, sonoro y, por encima de todo, conceptual, en el que confluyen lo cotidiano, lo aparentemente superfluo, la ironía o la sexualidad, entre muchos otros elementos. Una exaltación permanente de los sentidos que se remonta a los juegos de luces, colores, sabores y olores de su infancia, y que se puede mapear –con la perspectiva– a casi la totalidad de su producción. La obra de Hidalgo aporta un giro distinto y distintivo al legado de Duchamp (a quien él mismo se refiere como "mi abuelo"), entremezclado con la evidente influencia del budismo Zen y la filosofía oriental.

Zaj, el colectivo fundado en 1964 junto a Walter Marchetti (y que contó también con la colaboración de artistas como Ramón Barce, Esther Ferrer, José Luis Castillejo o Tomás Marco), sigue simbolizando uno de los puntos de inflexión más claros en el panorama artístico español de la segunda mitad del XX, difuminando los límites entre poesía, música, acción, teatro y arte plástico, fundidos en eso que Zaj denomina "etcéteras".

La influencia de Hidalgo, dentro y fuera de Zaj, resulta así innegable en no una sino varias generaciones de artistas sonoros españoles, que más allá del mero precedente histórico (él es el primer español en presentar obras en Darmstadt, o en componer una pieza electroacústica) ven en su promiscuidad de lenguajes y su radical aproximación al hecho artístico, un claro cambio de paradigma, sinónimo de renovación absolutamente necesario en los períodos de oscurantismo cultural y político.

Transgresor por naturaleza, provocador casi involuntario, Hidalgo cuenta a menudo eso de que los músicos españoles hablan de él como artista plástico y los artistas plásticos españoles como músico. Y que tan solo los poetas le consideran un poeta. El truco, obviamente, es percibir a Juan Hidalgo como todas esas cosas a la vez. Su obra es como un mandala, símbolo que representa totalidad, integridad, y que puede entenderse como un modelo para la misma estructura de la vida.

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