26/01/2010 77' 5''

A cargo de Roc Jiménez de Cisneros

AVANT #10 repasa la trayectoria artística de Pelayo Fernández Arrizabalaga a través de este monográfico.

Pelayo Fernández Arrizabalaga (Laredo, 1949) creció amando y aprendiendo de los jazz standards popularizados por Louis Armstrong, George Gershwin o Duke Ellington. Y hasta cierto punto, se podría afirmar que su carrera musical está incuestionablemente ligada al jazz; pero no precisamente a lo estandarizado.

Dentro y fuera de ese género, el cántabro residente en Suiza se ha esforzado por darle la vuelta a mil y una convenciones (estructurales, armónicas, compositivas, metodológicas) tanto en solitario como en numerosos proyectos colectivos desde comienzos de la década de los ochenta. Frecuentemente, esta transgresión ha ido de la mano del otro gran vector que recorre transversalmente su producción sonora: la idea del collage.

Clónicos, el grupo de formación mutante fundado en Madrid en 1984 junto a Markus Breuss, encarna a la perfección ese ideal de recorta-y-pega, de mezcla extrema de ideas y de sonidos que todavía hoy sigue asociada a la figura de Pelayo.

El grupo, que tomaba como posibles puntos de partida a Frank Zappa, John Zorn y otros ilustres disidentes, dejó su huella en el underground europeo de la época no solo por su curiosa superposición de sonidos, que saltaba del free jazz, al pop, la música electrónica o la improvisación libre en el transcurso de un mismo tema, sino también gracias a una actitud que rompió con la seriedad que se presuponía a todo lo experimental.

Fue precisamente en ese inusual taller de vanguardia subterránea donde la combinación de los instrumentos de viento (saxofón y clarinete), la electrónica y el uso del giradiscos como instrumento cobró sentido para Arrizabalaga, hasta devenir su peculiar triple modus operandi.

Ya a principios de los noventa, su paso por el estudio de música electrónica del Conservatorio de Basilea bajo la tutela de Thomas Kessler contribuyó a sentar definitivamente la base de un trabajo compositivo en el que el sentido del humor sigue siendo una constante, no de manera gratuita sino por una inercia casi innata y, muy a menudo, como sano antídoto a la rigidez de su propio entorno: el mismo humor que hallamos ya en las canciones de Clónicos (ahí queda "Kakabulistán", con la aportación vocal involuntaria de Don Juan Carlos i de Borbón) se mantiene en el trabajo electroacústico de Arrizabalaga inmediatamente antes y por supuesto después de su formación en Suiza, plantando cara a las convenciones de la academia, tal como demuestran piezas como su "Adaggio con Pollo" para violinista, violoncelista, sampler y freidora (con pollo).

Ese talante irónico por naturaleza convive asimismo con un cierto grado de sinestesia más buscada que natural, pero no obstante presente a diversos niveles en su obra. Esta integración crossmodal es posiblemente fruto de su bagaje en el terreno de las artes plásticas y no de un funcionamiento anómalo de su giro fusiforme: "ya me gustaría...", asegura él con una sonrisa en la boca.

Sus coloristas partituras gráficas, las más que teatrales performances de Clónicos o esa ya mencionada omnipresencia del collage como técnica creativa, responden pues a una forma de ver el mundo basado en la intuición más que en las fórmulas, un método creativo que sustituye el análisis clínico por el (pre)sentimiento o, como dice Cristina Casanova, colaboradora habitual desde la experiencia FMOL Trio, "la ilusión de un niño pequeño".

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