• 01:01 Del terrón a la pintura
  • 02:15 Aprendiendo sin maestro
  • 02:59 Anglada Camarasa y el Port de Pollença. Una nueva manera de entender la pintura
  • 06:18 Regreso a Sabadell (1952): el camino hacia la abstracción
  • 08:14 Grup Gallot (1960): el gesto colectivo y la destrucción total
  • 10:42 1962-1969: años de silencio
  • 12:42 El primer estudio
  • 13:41 Años setenta: Fundació Miró, Galeria Joan Prats, Joan Brossa
  • 17:08 Telas de algodón y pintura acrílica
  • 18:53 "Seny i rauxa. 11 artistes catalans al Centre Pompidou de París" (1978)
  • 19:56 La pintura es la vida del pintor
  • 22:20 Conjunto de obras "Sin título" (1976-1979)
  • 26:05 La naturaleza, fuente de inspiración emocional
  • 29:14 Recuerdo y memoria
  • 30:10 Obra acabada
22/06/2015 31' 11''
Catalán

Una obra "callada" como la de Alfons Borrell (Barcelona, 1931) corría el riesgo de pasar desapercibida en nuestra era de la cultura espectáculo. Así lo apunta el poeta y ensayista Vicenç Altaió en el documental "Reconèixer Borrell" (2012). Pero Borrell ha logrado mantener una práctica obstinada y coherente, de más de seis décadas de investigación creativa, en la que los pigmentos, las vivencias de la naturaleza, los recuerdos personales y el diálogo con la superficie de la tela se han fusionado dando lugar a una abstracción austera y vitalista que recorre, incorruptible, la historia de la pintura catalana desde los años setenta hasta la actualidad. Para Borrell la pintura es la vida. "Hay dos tipos de pintores −afirma el artista− los que pintan aquello que ven y los que ellos mismos son pintura. Yo me identifico con estos últimos".

Aunque la formación de Borrell ha sido básicamente autodidacta, por su camino se han ido cruzando una serie de personalidades artísticas que han jugado un papel decisivo en su trayectoria vital. Conocer a Hermen Anglada Camarasa en Pollença (Mallorca), en 1950, y frecuentar su taller, conectó al joven Borrell con una nueva manera de entender la pintura ajena a las imposiciones del realismo. Así, a su vuelta a Sabadell, en 1952, Borrell abandonó la figuración de corte naturalista que venía practicando, para lanzarse a un expresionismo abstracto, cargado de dramatismo, con el que trataba de capturar el pulso vital de la realidad que lo rodeaba. Eran los años en los que la pintura matérica de Antoni Tàpies dominaba el panorama artístico catalán y español. Pero Borrell no acababa de sentirse cómodo en los parámetros del informalismo.

En 1960, entró a formar parte del Grup Gallot, junto a Antoni Angle, Llorenç Balsach i Grau, Joan Josep Bermúdez, Manuel Duque, Josep Llorens, Joaquim Montserrat, Lluís Vila Plana y Gabriel Morvay. Este colectivo de artistas, fundado en Sabadell, proponía una serie de acciones, a medio camino entre el action painting y el automatismo surrealista, con las que cuestionaban los límites de la autoría y del medio pictórico. La participación de Borrell en el grupo fue breve, pero crucial para su evolución posterior, pues ese gesto colectivo y a la vez destructivo que reivindicaban los gallot, enfrentó al artista con la necesidad de hacer tabula rasa y replantearse toda su concepción de la pintura.

Empezaría entonces un década de investigación, introspección y reflexión artística que, en el ámbito personal, coincidiría con el nacimiento de sus tres hijos y con los años de trabajo más intenso en la relojería familiar. Fue un periodo de aparente silencio creativo, en el que, sin embargo, se estaba gestando un estilo cada vez más depurado y personal, que derivaría en esos campos de color sobrios, precisos y envolventes que caracterizarían su producción posterior.

La década de los setenta fue, en cambio, una etapa expansiva en la que se sucedieron los acontecimientos y las exposiciones: en 1973 se presenta en Sabadell la primera exposición individual en la sala 2 de l'Acadèmia de Belles Arts, después de casi una década de introspección; en 1976 participa en la muestra colectiva "Pintura 1" en la Fundació Joan Miró de Barcelona; dos años más tarde, la misma Fundació Miró le dedica una exposición individual en el Espai 10; y ese mismo año (1978) es seleccionado para formar parte de la muestra "Seny i rauxa.11 artistes catalans" en el Centre Pompidou de París.

En 1977, además, conoce a Lluís Maria Riera, director artístico de la Galeria Joan Prats, y al poeta y artista Joan Brossa. Dos relaciones que lo marcarían tanto en lo personal como en lo profesional. Desde ese momento, Borrell empezó a exponer regularmente en la Prats. Y su estrecha y duradera amistad con Brossa lo conectó con nuevos universos de libertad poética.

Borrell forma parte de una generación de pintores catalanes, situada a caballo entre el informalismo de los cincuenta y sesenta, y la transvanguardia neofigurativa de los ochenta. Una generación heterogénea, pero, como dice Elvira Maluquer, “unida por un modo de ‘pintar’ −en el sentido tradicional del término− que cargaba el acento sobre la esencialidad y el color como vehículo de expresión”1. Nos referimos a creadores como Albert Ràfols Casamada, Joan Hernández-Pijoan, Pic Adrian, Joaquim Chancho y el propio Borrell, entre otros. Todos ellos herederos de una corriente cuyo origen podríamos situar en Miró y que inevitablemente pasa también por Tàpies.

En paralelo a sus pinturas, Borrell ha producido una ingente cantidad de obra gráfica sobre papel, de la que se desprende una gestualidad desnuda e incisiva que nos sitúa de cara frente al vacío. En esta línea se inscribe la serie de dibujos que, desde 2010, forman parte de la Colección MACBA: "Sin título" (1976-1979).

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